Hoy estuve armando los archivos de impresión para la muestra del sábado. Esta es la tercera vez que participo del evento que organiza Chebusann, un fotógrafo que me escribió por IG para invitarme a la primera, y de movida le propuse exponer.
Estas son las imágenes
El documento donde escribo esto lleva el título de “Diario”. Eso no significa que tenga algún tipo de periodicidad establecida, aunque sería ideal que la tuviera. Quiero tener un espacio para practicar la escritura. Desde una posición literal, digamos. Literal en el sentido de literalmente estar escribiendo, de poner el cuerpo en ello. Y no de pensar en hacerlo. Sentarme frente a la computadora y tener un lugar, esta página (cada vez menos) en blanco, donde sé que puedo tipear una palabra atrás de otra y construir, así, ese espacio. Como una capilla.
Me acuerdo cuando mi profesora de lengua de quinto año explicó de dónde venía la expresión “estar en capilla”. Contó que en los seminarios, los religiosos, que acuñaron el sentido de “seminario” como parte de la preparación monacal, cuando un participante tenía que preparar el sermón o la prédica, se iba a la capilla y se quedaba ahí durante algún tiempo. De ahí se supone que viene el sentido de decirle a alguien “estás en capilla” cuando está en un tipo de tiempo de prueba, o en penitencia. También recuerdo que la tomó como una expresión común, como si entonces todavía se hubiera usado en la facultad o algo. Como parte de un lenguaje que teníamos que conocer. No es una expresión tan común, ¿no? Que eligiera justo esa expresión debe haber tenido que ver con su propia educación, me imagino. Haber sido alumna de una escuela de monjas. O peor, pupila. Lo que no me puedo explicar es por qué me acordé yo de esa anécdota.
Esto, en vez de “Diario” podría llamarse “Culpas”.
Todo eso tiene que quedar al margen. ¿Cómo hago para no escribir sobre lo primero que tengo en la cabeza? ¿Cómo dejar que los pensamientos pasen para que dejen lugar a una idea, para que se desarrolle un pensamiento? ¿Cómo hago para escribir más allá de mi experiencia consciente de este momento? Desde que reconozco mi incapacidad por escribir cualquier cosa que remita a algo más allá de la escritura, o lo que estoy sintiendo, pensando en ese momento, disfruto mucho más de leer ficción.
Todo lo anterior lo escribí de un tirón. Leves intervenciones, sobre todo en los primeros párrafos que son los que llegué a releer antes de escrolear hasta el fondo del documento para seguir escribiendo esto. Entiendo a la posmodernidad como una tendencia reflexiva, barrocamente reflexiva. Un movimiento que vincula cual botella de Klein lo que los marxistas entienden como base y superestructura. Una de las tesis centrales de Marx es que la base determina la superestructura: la base son las condiciones materiales de producción, cómo aseguramos nuestra supervivencia, y la superestructura sería la cultura, la ideología, o la forma que tenemos de darle sentido a esas condiciones. Esto es una simplificación seguramente criticable de un pensamiento cuya complejidad escapa por mucho mi propia capacidad e interés por explicarlo en todos sus detalles, y va a tener que servir. Dicho en simple: uno piensa por cómo vive y no vive por cómo piensa. La época o moda que en algún momento se llamó “la posmodernidad”, a mí entender, está sostenida por las capacidades técnicas de observar y representar esa contradicción. Estoy hablando de la cámara de fotos, del cine, y cada vez más de las tecnologías de publicación instantánea que se adhirieron a la vida como una capa más, pero también de técnicas como el psicoanálisis o el mismo marxismo, que funcionan como cámaras de fotos del lenguaje, o más bien como apéndices rebeldes, extremidades fantasmas. Todavía no me decido por una única metáfora que lo explique.”