El siguiente texto es la traducción de una adaptación de una conferencia sobre Vincent van Gogh que R.B. Kitaj dictó en el Museo de Arte del Condado de Los Angeles (LACMA) el primero de marzo de 1999. El original en inglés apareció en LA Weekly.
Mi lugar favorito en el mundo es la cafetería del Museo Van Gogh en Amsterdam. Durante mis últimos años en Londres me iba cuatro o cinco veces al año a Holanda cuando necesitaba reunir mis pensamientos, lamer mis heridas, pensar en ideas para cuadros, ponerme al día con mi correspondencia. Soy un cafeísta, ya saben, y cuando me cansaba de escribir en la cafetería del Rijksmuseum en Amsterdam, subía para estar con las pinturas que amo, que ahora están en LACMA. Son mis viejas amigas.
Holanda estaba a una hora de Londres, y yo llegué a querer esa sociedad pequeña e igualitaria, con sus calles oscuras y callejones, fermentada y caprichosa, con sus librerías viejas, ciclistas, muchas libertades y arte bastante increíble, en Amsterdam y en otros pueblos cercanos como Utrecht, Haarlem y la Haya. Ni la poderosa Rusia ni América produjeron semejante concentración de tesoros como esa pequeña mancha de tierra en el arte de la pintura de caballete. El por qué estará siempre arropado de misterio, igual que ese misterio llamado van Gogh. Si Vincent se hubiera muerto cuando bajó del tren en Arles en 1888, hoy sería recordado como un impresionista holandés menor del círculo de Pissarro. Le quedaban menos de dos años de vida para alcanzar el aire enrarecido en la cima de las nubes de la historia del arte que tan pocos alcanzan – en su caso, condenado por la melancolía, la soledad y la locura que lo llevarían al suicidio, pero no sin antes haber tenido los años más intensamente tocados por Dios en la historia del arte.
Cuando me cansaba de observar sus pinturas y dibujos, bajaba a la cafetería a bocetar ideas o a escribir un poco más. Los tres gruesos volúmenes de las cartas que van Gogh dejó demuestran que escribía furiosamente casi todos los días. Esas cartas pertenecen al canon de la gran Literatura Confesional, una vida examinada a la misma altura que Montaigne, Dostoyevsky y los diarios de Kafka, junto a Rousseau y Proust y San Agustín. Las cartas con frecuencia son exegéticas, como lo que los judíos llaman Midrash, y dieron valor a mis propios comentarios sobre mis imágenes, que me trajeron problemas con los críticos que no toleran lo dice el artista – a comparación del público, que, a juzgar por los cientos de cartas que recibo, gusta de escuchar lo que un artista tiene para decir de su obra.
Ahora que regresé a mi hogar en América, lo único que extraño mucho de Londres, para ser honesto, es Holanda. Y, volviendo a la literatura de van Gogh, tengo la sensación de que van Gogh, si hubiera vivido, también habría regresado a su casa. Cuando se disparó en ese campo solitario en Auvers (donde yace hoy junto a su hermano Theo y que sigue siendo solitario 100 años más tarde), estaba regresando al norte, como si el sol sureño le hubiera chupado demasiada energía a su desolada alma norteña y estuviera listo para volver a las tierras bajas de su amado Rembrandt y todos los otros pintores holandeses y flamencos de los que tanto hablaba en sus cartas. Solo un año pasó en Arles – en el cual (1888) se convirtió en el van Gogh de las leyendas, y también durante el año siguiente, del cual pasó la mayor parte en el asilo de St. Remy, y a mitad de camino de regreso al norte, en Auvers en 1890, cuando pintaría 70 cuadros en 70 días antes de matarse en uno de sus arranques.
El de sus cartas durante esos últimos meses es un hombre que añora el suelo de su hogar norteño. Escribe que si empezara todo de nuevo, no se fijaría en la región del Midi. Se sentía derrotado. Al escribirle a su hermana en 1890 desde Auvers, dice que le recuerda a Nuenen. Eran casi iguales, dice, el pasado no tan distante se recreaba en ellos. Auvers debería haber sido un lugar de descanso en el regreso a la oscuridad de sus orígenes. En cambio, descansará ahí eternamente. La vida entera de van Gogh en el arte duró solamente 10 años. Los primeros cinco fueron entregados casi por completo al aprendizaje del dibujo, y culminaron en 1885 con su primera pintura memorable, Los comedores de papas. Esos primeros cinco años, de 1880 hasta 1885 están impregnados por su afinidad con los Condenados de la Tierra. Los dibujos de esos años son un corpus singular, distinto de cualquier cosa vista hasta o desde entonces. Su dibujo era evangélico, como el resto de él, rápido y furioso, como el fervor religioso entre la gente muy pobre, pero se basaba en una atención completamente perdida en el arte contemporáneo. La atención sola no sería suficiente – pero esa atención de altísimo grado en van Gogh estaba aparejada a los otros aspectos de su genialidad: una mente extraordinaria y una imaginación que solo emerge pocas veces en cada siglo. Van Gogh dibujaba como un demonio, lograba hacer en un día lo que a otro pintor le tomaría meses. Miguelángel dijo que uno no pinta con la mano, sino con la mente. Y qué mente trajo Vincent al dibujo.
Aquí quiero presentar una idea propia. Creo que hay una corriente del Modernismo distinta de los conocidos Formalismo Abstracto, Dada-Surrealismo-Duchampismo y Realismo-Naturalismo, casi dormida en nuestro tiempo. A la corriente del arte que quiero identificar la llamaré Pintar-Dibujar, donde los dos métodos están casados en un matrimonio quizás desatendido por los críticos e historiadores. Los pintores que me atraviesan todos los días son Cézanne, Degas y Van Gogh, junto a Matisse y Picasso. Degas conservó una obra maestra temprana, a veces llamada Jóvenes espartanos (1860), toda su vida – todavía estaba en su estudio cuando falleció en 1917. Esta pintura al óleo espléndida es virtualmente un dibujo en color, en el cual Degas no hace ningún intento de cubrir sus pentimenti o la historia de su dibujo. Es el ejemplo más temprano que conozco de este Pintar-Dibujar, un método al que Degas daría un poder abrasador más tarde, y lo traería a nuestro siglo, especialmente en sus pinturas al pastel. Cézanne, mi pintor favorito, pintó 200 composiciones de los “bañistas” de su imaginación, donde el contorno azul oscuro del dibujo, a veces en un frenesí de líneas, determina las formas increíbles, inestables, semi-humanas, hasta llegar a sus últimos tres épicos “Bañistas”, que también estaban en su estudio cuando falleció en 1906.
Aunque creo que Pintar-Dibujar tiene apariciones posteriores, en Lautrec, por ejemplo, y luego discutiblemente en el ápice del “cubismo analítico” de Picasso y Braque, y también en las grandes pinturas de signos más y menos de Mondrian, la apoteosis del Pintar-Dibujar está para mí en el Matisse del periodo de 1910 a 1920. Más cerca de nuestra época, el pintor que más usa este método es Giacometti, por supuesto.
Volvamos a “mí” Vincent. Estoy convencido de que van Gogh es el principal motor del Pintar-Dibujar junto a Degas y a Cézanne. Pasó los años entre 1880 y 1885 dibujando, casi sin aprender a pintar. El par de años siguiente lo pasó en París, atrapado en el fervor del Impresionismo y del Divisionismo, instruido por el buen Pissarro y el condenado Seurat, donde el dibujo quedó en el asiento trasero. Y entonces, de pronto, ¡bang! Arles – el sur – el Sol – Gaugin– y el rápido descenso a una locura real, todo en dos años. Dos años en los cuales encuentra e inventa su estilo “maduro”. Mi argumento es que su estilo maduro en la pintura al óleo es en gran medida, pero no exclusivamente, un gran estilo de dibujo. Que todavía está dibujando como si tuviera una carbonilla o una pluma de caña en la mano. Durante buena parte de los siguientes dos años, van Gogh dibujará ferozmente con pintura, con un pincel no muy ancho, explícitamente, constantemente delineando caras y figuras y objetos como ningún otro pintor lo había hecho jamás.
El delineado enfático tiene al menos dos fuentes poderosas en el panteón de van Gogh: las impresiones japonesas (especialmente los plumazos punzantes en los cuadernos de Hokusai) y las ilustraciones gráficas populares en revistas baratas, ambas de las cuales coleccionaba amorosamente. Fue un apropiacionista muy temprano. Hubo muestras fascinantes de esas mismas páginas en el Museo Van Gogh y otros lugares. Vincent le escribió a Theo: “Para mí, los artistas ingleses que trabajan en blanco y negro son al arte lo que Dickens es a la literatura. Tienen exactamente el mismo sentimiento, noble y saludable, y uno siempre regresa a ellos […] Estoy organizando toda mi vida como para hacer las cosas cotidianas que Dickens describe y los artistas que mencioné dibujan.” Con la posible excepción de Gustave Doré, esas ilustraciones hoy ya fueron mayormente olvidadas, pero le hablaron a Vincent, que intentaba encontrar su vocación como una suerte de sacerdote-trabajador bastante loco por el dibujo (y la lectura). A Theo le escribió: “Tengo una pasión más o menos irresistible por lo libros y continuamente quiero aprender, estudiar si querés, tanto como comer mi pan.” Leía ampliamente, o debería decir profundamente, en tres idiomas – Dickens, Zola y Jules Michelet interpelaban a su poderoso proto-socialismo, ese anhelo por los ideales utópicos que el siglo siguiente arrojaría a un fuego político-despótico infernal .
Nuestro mejor historiador del arte, Meyer Schapiro, creía que van Gogh era el mejor pintor de campesinos de la historia, quizás el mejor pintor de la realidad. Escribió: “Las fuertes líneas negras que [van Gogh] dibuja alrededor de los árboles, casas y caras establecen su existencia y peculiaridad con una convicción desconocida en el arte anterior.” Estoy de acuerdo con esto. Van Gogh, loco por el dibujo, simplemente siguió contorneando cuando quería pintar la forma y el rostro humanos – una práctica desconocida en su época, claramente la obra de un loco sin público para su locura. Como si eso no fuera suficientemente malo, seguía dibujando con su pincel – las pinceladas que componen su imagen – insistía con golpes de línea en el modelado de cada forma como hacen los dibujantes. De hecho, las pinceladas cortas se convirtieron en una fuerza natural en la pintura de van Gogh, incluso en los cielos, incluso en su sensación delirante del sol sureño, su calor y su aura, como si también fuera un retrato que debía ser dibujado.
En algún punto de mis propias vida y arte, esos tres pintores-dibujantes – Degas, Cézanne y van Gogh – me afectaron de manera que me sentí a mí mismo dibujando con fuerza sobre la tensión del lienzo elástico, con el pincel cargado de color, sobre todo a lo largo de contornos insistentes. Más tarde, el Pintar-Dibujar de Matisse trajo un acercamiento nuevo, experimental, cosmopolito a nuestro arte, adecuado a este terrible siglo nuestro. Él mismo se convertiría más tarde una especie en peligro, junto al cosmopolitismo radical. Van Gogh le escribió a Theo: “Te suplico que creas que en el Paisaje voy a seguir intentando amasar las cosas a través de un estilo de dibujo que intenta expresar el entrelazamientos de sus masas […] me siento fuertemente inclinado a buscar un estilo en las pinceladas […] ¡y con eso me refiero a un dibujo más viril y deliberado!” Ahí lo tienen de la boca del caballo mismo.
Meyer Schapiro dio una pista sobre qué es lo que vuelve atractivo a van Gogh para tanta gente. Dijo que es porque se veía atraído al arte como la comunicación del bien. Van Gogh amaba las caras de Giotto. Decía que estaban llenas de bondad. Bondad, amabilidad, expresiones faciales, soledad… estos días a los artistas jóvenes con frecuencia se les dice que se alejen de cosas tan “literarias”. Me gusta pensar que los pintores como Degas, Gaugin, Seurat, van Gogh y Cézanne estaban en el borde de un renacimiento fisionómico, como los griegos o los florentinos, un nuevo acceso al carácter de los hombres y las mujeres. El último fin de siglo fue una época de representación deslumbrante y de una rica sangre mimética.
¿Qué es el dibujo? preguntó van Gogh en una carta. “Es la acción de forzar la propia voluntad a través de una pared invisible de hierro que parece estar entre lo que uno siente y lo que uno puede hacer. ¿Cómo se atraviesa esa pared? […] Tiene que ser socavada y penetrada con una lima, lentamente y con paciencia […].” Nunca había escuchado una mejor definición del dibujo en todos mis años en el juego del arte. A Theo, Vincent le escribió: “Lo que más me apasiona – mucho, mucho más que el resto de mi oficio – es el retrato”.
Mucho tiempo después de que Vincent terminara con su sufrimiento, otro interno de un asilo francés, el muy extraño Antonin Artaud, conjuró estas palabras en su loco ensayo sobre van Gogh, “El suicidado por la sociedad”: “No conozco a ningún psiquiatra capaz de inspeccionar un rostro humano con una fuerza tan arrasadora, como diseccionando con un cuchillo su irrefutable psicología”.
Oscar Wilde fue un gran contemporáneo de van Gogh que sabía una o dos cosas sobre la pérfida Albión. Sobre el sufrimiento, Wilde dijo: “es lo que está oculto detrás de todo.”